mujer con la mano en la cara

Culpabilidad: una emoción difícil de gestionar

La culpa es una emoción. Y esta afirmación nos lleva a otra pregunta: ¿qué son las emociones?

Las emociones son respuestas de nuestro organismo como consecuencia de una interacción con el entorno. Respuestas que nos aportan información que, si usamos correctamente, puede ser de lo más útil. Ahora bien, si no sabemos interpretar esa información correctamente, nuestra relación con las emociones puede ser desastrosa.

Pongamos un ejemplo. Si voy por la calle andando por la noche y veo a un hombre encapuchado venir de frente, se activará la emoción del miedo, de forma que, si la interpreto correctamente, probablemente tome la decisión de cambiar de acera. Esto es un ejemplo magnífico de gestión emocional.

Ahora bien, si esa respuesta de miedo empieza a generalizarse a todo tipo de contextos y empezamos a ejecutar un razonamiento catastrofista a raíz de su aparición, desembocando en que dejamos de salir de casa y cortamos toda interacción con el mundo exterior, estaríamos ante un ejemplo de mal razonamiento emocional.

Las emociones son brújulas. Están diseñadas para informarnos y protegernos. Pero, si no sabemos gestionarlas y razonarlas, lejos de protegernos van a limitarnos.

En terapia, solemos observar con frecuencia cómo muchos pacientes no saben gestionar la culpa, de manera que, lejos de orientarles hacia conductas que les van a permitir resolver sus problemas, se ven inundados por la emoción y se paralizan.

¿Por qué la culpa es tan difícil de gestionar?

Para responder a esta pregunta, antes debemos plantearnos cuál es la función de la culpa. ¿Para qué sirve esta emoción? Esta señal de nuestro organismo es la que nos informa de que no hemos hecho algo bien y que debemos enmendarlo.

Ahora bien, eso no quiere decir que la información que nos aporte siempre sea correcta. Como hemos dicho, aunque las emociones estén diseñadas para orientarnos, tenemos que tener cierta práctica en su gestión y razonamiento; ya que si no pueden ser limitantes. Por ello, hay muchas personas que sienten culpa cuando no toca, y otras que no la sienten cuando sí.

Esta emoción en concreto a veces es difícil de gestionar, puesto que ataca a nuestro ego. Hay personas expertas en evitarla, ya que, de conectar con ella, la sentirían tan intensamente que se paralizarían y su autoconcepto se vería muy dañado. Otras, por el contrario, se movilizan mucho desde esta emoción; muchas veces para cumplir ciertas metas o para mantener vínculos.

Cuando hemos estado sometidos a lo largo de nuestra de vida a experiencias de crítica constante y, en ocasiones, demasiado destructiva, no es de extrañar que cada vez que conectemos con esta emoción nos sintamos abrumados.

En definitiva, la culpa es una emoción difícil de gestionar porque, si ha estado muy presente o de manera muy intensa, puede atacar a nuestra autoestima o hacernos sentir que nuestros vínculos peligran.

La clave está en su justa medida. Es una cuestión de intensidad y adecuado razonamiento. Lo justo para que nos informe y nos lleve acciones adaptativas de resolución de conflictos. En terapia, muchas veces intentamos trabajar la culpa desde una transformación hacia la responsabilidad. 

Culpa VS Responsabilidad

Os pondré un ejemplo. Imaginaros que un amigo lo ha estado pasando muy mal y ha intentado suicidarse. El discurso de la culpa patológica, sería: “Tendría que haberme dado cuenta. Soy un pésimo amigo. ¿Cómo no me he dado cuenta? No sé ni qué decirle”.

En cambio, una narrativa desde la responsabilidad, será: “No me esperaba esto. Me siento mal por haber estado tan distantes en los últimos meses. Es cierto que podría haber estado más atento. Desde hoy, voy a llamarle más”.

¿Veis la diferencia? El primer discurso nos paraliza, nos incapacita. En el segundo, desde el malestar, nos movilizamos y actuamos.

El discurso y el razonamiento emocional es algo que se entrena en el espacio terapéutico. Si crees que estás en un momento de tu vida en el que podría serte útil este recurso, no dudes en contactarnos.

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