La familia, sin duda, es un tema recurrente en psicoterapia. Es donde nos desarrollamos y crecemos, aprendemos e imitamos, pero también donde, por desgracia, a veces, sufrimos. No vamos a abordar en este artículo los tipos de familia que existen, ya que son muchos y han ido creciendo a lo largo del tiempo.
Solo abordaremos dos: familia de origen y familia nuclear. Por familia de origen entendemos al sistema familiar donde nacemos, es decir, al conjunto de padres y hermanos, si no es hijo único. Y por familia nuclear, a la familia que nosotros decidimos montar, es decir, nuestra pareja e hijos, si se tienen.
Como ya hemos mencionado, la familia es el primer sistema donde nos desarrollamos, nuestra primera conexión con el mundo exterior, y de la que aprendemos a como relacionarnos con este. Es decir, de la familia obtenemos un sentido de pertenencia, una definición de nosotros mismos como integrantes de algo y aprendemos cómo somos y cómo es el mundo.
Ambos aprendizajes nos acaban formando tal y como somos, nos definen de cara al resto y nos generan una idea de lo capaces que somos de enfrentarnos a las dificultades o de lo seguro que es el mundo. Pero también aprendemos el cómo se hacen las cosas. Si los fines de semana se come o no con los abuelos, si las lentejas llevan o no pimiento rojo o si se veranea en el mismo sitio todos los veranos.
El choque de realidades:
Muchas veces, estos aprendizajes de la familia no los cuestionamos, nos parecen los más normales e incluso obvios, y pensamos que la forma de hacer del otro es la que no es correcta. Y uno no se cuestiona las cosas hasta que convive con otra persona que trae su propia forma de pasar los fines de semana, de cocinar las lentejas y de entender las vacaciones de verano.
Aquí es donde nos encontramos las mayores dificultades de las parejas que empiezan a vivir juntas. De pronto hay un nuevo espectro de posibilidades que, si uno se presenta con la mente abierta puede suponer una oportunidad para ampliar sus miras. Pero si no, nos encontramos con un choque de realidades: tu familia y tu, mi familia y yo. Y pueden empezar, y generalmente lo hacen, las discusiones más acaloradas.
En muchas discusiones suele aparecer entonces la famosa frase: “yo estoy contigo, no con tu familia”. Pero, realmente, todos somos producto de nuestras familias, gracias a ellas somos quienes somos, y cuando aceptamos a alguien, estamos aceptando el mundo que le rodea.
Estas discusiones constantes, donde la relación se agrieta y los temas nunca parecen solucionarse, van más allá de la forma de hacer las cosas en casa, no suelen resolverse porque nos sentimos heridos por nuestra pareja al ver que se está cuestionando nuestra persona y de dónde venimos.
¿Cómo se puede solucionar?
Hay distintas cosas que se pueden hacer para empezar a salvar estos enfrentamientos:
- Crear una pareja nueva: la suma de las partes forma un nuevo todo: esta es la base de todo lo demás. Decidir qué tipo de pareja queréis formar, en conjunto, cogiendo las cosas buenas de uno y de otro. Apreciando lo que se hace en cada familia y cuestionándose si lo que se hace en la nuestra nos gusta tanto o es mejor una nueva forma de hacer las cosas.
- Poner límites: A los padres, los suegros, los hermanos y demás familiares. Decidir en pareja hasta dónde queréis que entre la familia y dónde es “espacio de pareja”. Es importante que ninguno se sienta que cede más que el otro, que ninguno se salte el límite y que ambos creáis en ellos.
- No obligues a elegir: Es importante recordar que somos y estamos gracias a las familias de las que venimos, y no podemos hacer elegir a nuestras parejas entre ellas o nosotros. Le hacemos elegir entre lo que quiere y de dónde viene, y no es una elección justa.
- Entiende y se autocrítico: Entender lo que siente la otra persona cuando nos habla y ver a nuestra familia con sus ojos. Quizás podemos intuir que nuestros padres son algo insistentes, pero no nos lo cuestionamos. Aquí te invito a que lo hagas, a que te preguntes si lo que dice tu pareja no está marcado por la envidia o la rabia, sino que puede tener algo de razón.
- Ser equipo: es quizás el punto más importante. Creeros que sois un equipo, que os habéis elegido para jugar la partida juntos y que, si uno cae, caéis los dos. Esto significa no dejar en ridículo al otro delante de nadie, no hacerle daño donde sabemos que duele entre otras cosas.
Por último, pero no menos importante, pedir ayuda. Muchas veces nos encontramos que queremos dejar de hacer daño al otro, aunque no sabemos cómo. Desde Instituto Cláritas podemos ayudaros a reencontrar a la pareja y establecer un equilibrio donde se ceda por ambas partes y se vuelva a ser pareja.