Desde el momento en que nacemos, las personas vamos recibiendo multitud de mensajes; algunos están llenos de amor y de cariño, haciéndonos sentir seguros al lado de la otra persona. Pero, muy a nuestro pesar, también hay otros mensajes mucho más dolorosos. Por ejemplo, experimentamos lo que es sentirse criticado o que nuestras necesidades no sean atendidas, nos podemos sentir solos o abandonados, poco valiosos para los demás o que no obtenemos el calor ni el cariño que merecíamos. Estas experiencias, a pesar de haber podido quedar en el pasado, nos acompañan, pesan y condicionan nuestra forma de estar en el presente.
¿Por qué ocurre eso?
Todos estos sucesos que nos van ocurriendo desde que somos pequeños, despiertan en nosotros una serie de emociones: tristeza, vergüenza, ira, miedo a quedarnos solos, a que dejen de querernos, etc. Aunque sean emociones pasadas, seguirán influyendo en el presente si no hemos aprendido a escucharlas, a entenderlas y a expresarlas.
En la mayoría de ocasiones, nadie nos enseña las habilidades necesarias para entender y gestionar estas emociones. En cambio, el aprendizaje que sí recibimos de manera más o menos inconsciente, suele consistir en mecanismos para:
- Evitar sentir estas emociones tan intensas y desagradables. Por ejemplo, llenando nuestras vidas de responsabilidades y quehaceres que nos impiden pararnos a pensar en cómo estamos. La comida, las compras o las sustancias psicoactivas también suelen utilizarse como métodos para evitar sentir dolor.
- Camuflar nuestras emociones con ciertas actitudes o conductas. Por ejemplo, escondemos nuestro enfado convirtiéndonos en personas complacientes que intentan agradar constantemente o evitamos la tristeza siendo personas productivas, excelentes en nuestro trabajo.
- Tratar de controlar nuestras emociones. Es muy común pensar que uno puede controlar lo que siente, pero esto es biológicamente imposible. Nuestras emociones son innatas, aparecen en nuestro cuerpo incluso antes de que podamos darnos cuenta, por eso podemos sentirnos automáticamente tristes, asustados o felices sin haber tenido un pensamiento consciente de ello.
Desde muy pequeños aprendemos a esconder este lado más emocional en lugar de aprender a tolerarlo, nos esforzamos porque los demás no consigan descifrar nuestro mundo interno.
Pero ¿Por qué nos da tanto miedo sentirnos vulnerables ante el otro?
Porque hemos aprendido que hay ciertas emociones que es mejor no mostrar si queremos ser aceptados y queridos por los demás. Si desde pequeños nos dicen que somos “malos” por enfadarnos, o “débiles” por mostrar miedo o tristeza, entonces se multiplicarán los esfuerzos por esconder estas emociones, estas heridas que, a fin de cuentas, forman parte de nosotros.
Todos tememos el rechazo o la crítica de los demás, queremos evitar sentirnos avergonzados o humillados y por eso decidimos no mostrar nuestro lado más emocional. Luchamos por mantener el amor del otro a costa de esconder partes de nosotros mismos que creemos que no van a ser tolerables y aceptadas, pero este camino acaba resultando muy difícil de seguir.
Aprender a tolerar y expresar aquello que tanto tiempo llevamos escondiendo no es una tarea fácil y por eso apreciamos inmensamente las relaciones en las que podemos sentirnos seguros de mostrarnos en todas nuestras formas y colores. Si te encuentras con este dilema emocional, en el que sientes la necesidad de conocer una versión más real de ti mismo o de ti misma, puedes contar con el equipo de psicólogos y psicólogas del Instituto Cláritas.