Lo sabemos, cualquier cosa es mejor que ponerse con la hoja de cálculos que te acaba de pedir tu jefe/a. También sabemos que tu cuarto tiene que estar perfectamente ordenado antes de ponerte con ese tema de la oposición tan aburrido que te toca hoy, aunque eso retrase una hora tu plan de estudio. Ir al gimnasio, sin duda, también puede ser mejor idea que buscar artículos para tu TFG. Hoy, mañana e incluso pasado, “Pero bueno, tengo todo el finde”.
Quizá te sientes identificado/a con alguno de estos ejemplos. No te alarmes, no es pereza o mala gestión del tiempo, es procrastinación. Cuando esto se repite e incluso se convierte en un hábito, es muy fácil auto señalarnos como vagos. Sin embargo, limpiar, entrenar o dedicar tiempo a otro proyecto también requieren un esfuerzo físico y mental por tu parte. No dedicas ese tiempo a relajarte o ser improductivo, desplazas el esfuerzo a otro tipo de tareas.
¿Por qué procrastinamos?
Llegados a este punto puedes estar preguntándote: “¿Por qué aplazo unas obligaciones y otras no? ¿Por qué no me cuesta nada esforzarme con algunas actividades y otras me causan tanto rechazo?” Fuschia Sirois, profesora de Psicología en la Universidad de Sheffield, expresó con mucha claridad: “No tiene sentido hacer algo que sabes que tendrá consecuencias negativas”. Respondiendo a nuestras preguntas, podríamos confirmar, entonces, que la procrastinación se debe a la incapacidad de manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea.
Sabiendo esto, las preguntas que deberíamos hacernos cambian radicalmente: “¿Qué tiene esta obligación para que me resulte tan difícil enfrentarme a ella?” “¿Cómo me siento ante la idea de ponerme con ello?” “¿Qué dice de mi valía personal hacer bien o mal este trabajo?”
¿Cómo influye mi estado de ánimo frente a una tarea?
Existen ciertas tareas u obligaciones que ponen en juego nuestra forma de gestionar emociones desagradables, generadas por dichas tareas:
- Vergüenza (“No lo voy a hacer suficientemente bien”, “No soy suficientemente inteligente para hacer esto”)
- Aburrimiento (“No me motiva”)
- Miedo (“Si lo hago mal puede que esta vez me despidan”)
- Frustración (“No entiendo nada”)
- Resentimiento (“Siempre que lo intento me sale mal”)… Entre otras.
Explicado de manera sencilla, a corto plazo, la procrastinación cumple su función al ayudarnos a deshacernos de estas sensaciones desagradables especialmente asociadas al perfeccionismo (¿Qué es suficientemente bien? y a una baja autoestima (¿Qué es ser suficiente?). De forma que cada vez que nos enfrentamos a la tarea, reforzamos la asociación de estos sentimientos a la misma, junto con una culpa, estrés y ansiedad aumentada.
Es este alivio en el presente inmediato (pero temporal) lo que hace que la procrastinación se convierta en un círculo vicioso. Sencillo, si obtengo un beneficio de un comportamiento, lo repito de nuevo. Es el ejemplo perfecto del sesgo del presente, la tendencia de nuestra mente a dar prioridad a necesidades a corto plazo e ignorar las consecuencias a largo plazo.
Vale, y ahora que ya sé como funciona… ¿Cómo puedo dejar de procrastinar?
Desafortunadamente, no es tan sencillo como decirnos a nosotros mismos que dejemos de procrastinar o quedarnos en entender cómo funciona este mecanismo. A pesar de la abundancia de “trucos de productividad” estos no abordan de raíz la causa de la procrastinación.
Debemos tener en cuenta que, en esencia, la procrastinación es un asunto de gestión emocional, no de productividad. Este trabajo es personal e individual, una misma tarea puede generar sentimientos distintos en cada persona que la enfrenta. El trabajo personal implica poder indagar en las emociones que nos generan las tareas, y los significados adjuntos a la realización de las mismas (Ej.: “Me cuesta ponerme con la preparación de cada reunión porque me juego un status como jefe de departamento”). Es ese “No soy suficiente” o “Me da miedo volver a suspender y ser el fracaso de la familia”, lo que podría estar debajo del hábito de procrastinar.
La dificultad de romper la adicción a procrastinar es que existe un número infinito de actividades o acciones potenciales que podrían sustituir la “temida tarea”. Es por ello por lo que la solución debe ser interna, e independiente de cualquier cosa excepto nosotros mismos.
Por último, pero no menos importante, pedir ayuda. Conocer la teoría no es suficiente para lidiar con el estrés y la culpa que genera el hábito crónico de procrastinar. Si te has sentido identificado/a con algún ejemplo y sientes ganas de explorar qué puede estar ocurriendo en tu caso, desde el Instituto Cláritas podemos ayudarte con profesionales especializados en gestión emocional.