Las redes sociales son el nuevo tablero en el que se deciden muchas de las relaciones de pareja. La invisibilidad que otorgan las pantallas facilita prácticas que pueden provocar inseguridad y estrés en quien las sufre
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En 2020 no es necesario ser marinero o pirata para tener un amor en cada puerto. Solo hace falta un sofá, un dispositivo móvil y conexión a internet. Las lógicas del ligue –y hasta las del amor– se han desvirtuado (o evolucionado, según se mire) hasta el punto de que hubieran parecido ciencia ficción hace no más de 15 o 20 años. El Tinder lo posibilita todo. Donde antes había una barra de un bar, ahora hay una pantalla y eso convierte el cortejo en algo mucho más sencillo, en una actividad que puede medirse en grados de eficiencia. La barra del bar obligaba al conquistador –o la conquistadora– a fijarse en alguien y a centrar sus esfuerzos en agradar a ese objetivo, en el mejor sentido de la palabra. Ahora ya no hace falta. Ahora, la actividad de ligar, el ‘ligue’, puede medirse en términos prácticamente empresariales: «Si hablo con una persona», puede pensar, por ejemplo, Aitor, «tengo una posibilidad de conseguir éxito». Pero si lo hace con diez, la garantía de éxito aumenta, crece exponencialmente. «¿Y si chateo con 20?».