El impacto de los filtros en redes sociales y distorsión corporal

Para muchos usuarios, especialmente adolescentes y jóvenes adultos, el uso reiterado de los filtros fotográficos acarrea algo más que diversión: alimenta comparaciones, disuelve la línea entre lo real y lo ideal y, en los casos más sensibles, se asocia con la distorsión corporal.

Así pues, la popularidad que ofrecen esas capas de realidad aumentada mediante las cuales es posible pulir imperfecciones, afinar rasgos y colorear la piel, ha crecido al ritmo de las plataformas visuales.

¿Qué es la distorsión corporal?

La distorsión corporal o dismorfia corporal, describe la percepción alterada y negativa que una persona tiene de su propio cuerpo.

Esta no se limita a un simple disgusto con algún rasgo: quien la padece interpreta pequeñas variaciones, poros o asimetrías como defectos graves que eclipsan toda su apariencia, generando malestar clínicamente significativo.

En el espectro más severo se sitúa el trastorno dismórfico corporal, reconocido en el DSM-5, cuyo cuadro incluye pensamientos intrusivos sobre la supuesta fealdad, rituales de verificación en el espejo, conductas de camuflaje y, con frecuencia, evitación social.

La distorsión de la imagen corporal puede coexistir con baja autoestima o trastornos de la conducta alimentaria, y la literatura científica subraya que las experiencias de crítica estética en la infancia y exposición a ideales irreales son factores de riesgo centrales.

Efectos que puede causar los filtros en la distorsión corporal

Los filtros no solamente suavizan la imagen, sino que, además, instauran un estándar de belleza alejada de la realidad que el rostro sin editar rara vez alcanza.

Al respecto, un “slimming beauty filter” incrementaba el deseo de perder peso, la auto-objetivación y las actitudes antifat tras una sola exposición, señal de que la manipulación digital altera actitudes y emociones de forma casi inmediata.

De igual modo, las mujeres jóvenes están expuestas a muchas presiones sociales con su imagen corporal.

El resultado es un bucle: cuanto más recurre el usuario al filtro para cumplir un ideal, mayor es la aversión que experimenta al confrontar su imagen sin editar, lo que refuerza la necesidad de seguir filtrando y profundiza la distorsión.

¿Cómo se relaciona la distorsión corporal con la autopercepción?

La autopercepción es la mirada interna desde donde nos percibimos y nos describimos a nosotros/as mismos/as que elaboramos sobre quiénes somos y cómo lucimos; se construye a través del espejo físico y, en la era digital, mediante el “espejo virtual” de las pantallas.

Cuando la fotografía filtrada se convierte en la representación pública más frecuente, el cerebro comienza a registrarla como referencia identitaria.

Esto explicaría por qué muchos pacientes refieren ansiedad al encender la cámara frontal sin filtro o al pensar en encuentros cara a cara: temen que la discrepancia entre su “yo virtual” y su aspecto real quede expuesta, pudiendo verse cómo influyen las redes sociales.

La psicología social denomina a este fenómeno self-discrepancy: la brecha entre el yo real y el yo ideal provoca tensión emocional, vergüenza y, a largo plazo, disminuye la autoaceptación.

¿Qué papel juegan los filtros en la construcción de la autoimagen?

Los filtros actúan como una lupa sobre los cánones vigentes. Al favorecer proporciones simétricas, piel sin poros y contornos afilados, sugieren que cualquier variación fuera de ese molde exige corrección.

Además, la lógica algorítmica premia las imágenes más atractivas con mayor visibilidad, de modo que la recompensa social llega en forma de “likes” y comentarios positivos, reforzando conductas de edición y publicación.

Al normalizar rostros intervenidos, los filtros en las redes sociales desplazan el punto de comparación colectivo y, en consecuencia, elevan la probabilidad de que las personas evalúen su apariencia con criterios imposibles fuera del ámbito digital.

Señales del desarrollo de distorsión corporal

Aunque cada individuo manifiesta el trastorno de forma particular, existen indicadores tempranos que conviene vigilar.

Entre ellos se encuentra la práctica de descartar fotografías no filtradas por “verse mal”, el incremento del tiempo dedicado a retocar imágenes antes de compartirlas, la irritabilidad al verse en espejos con luz natural y el hábito de revisar compulsivamente reacciones en redes para confirmar la propia valía estética.

Otra señal es la preferencia por encuentros virtuales, cámara apagada o ángulos calculados, para evitar que otros perciban el “defecto” imaginado.

Cuando estos comportamientos se acompañan de tristeza, ansiedad o interferencia con actividades diarias, se vuelve imperativo buscar ayuda profesional.

¿Cómo puede ayudar la terapia en estos casos?

El abordaje terapéutico se centra en reestructurar creencias distorsionadas sobre el cuerpo, fomentar la aceptación y entrenar estrategias de regulación emocional. La terapia ayuda a que nos podamos mirar de forma honesta y real, aprendiendo a querernos tal y como somos, con nuestras imperfecciones.

En consulta, la terapia cognitivo-conductual facilita que el paciente identifique pensamientos automáticos (“mi nariz es horrible”), cuestione la evidencia que los sostiene y sustituya la evaluación estética rígida por una visión más compasiva y funcional.

De este modo, programas de mindfulness y autocompasión han mostrado eficacia para reducir la auto-objetivación al enseñar al individuo a observar sin juicio las sensaciones corporales y el flujo de comparaciones internas.

En paralelo, la psicoeducación sobre el funcionamiento y uso de los filtros en las redes sociales disminuye la credibilidad que el paciente otorga a las imágenes editadas.

En situaciones en las cuales coexisten trastornos alimentarios o depresión, la intervención multidisciplinaria con nutricionistas, psiquiatras y grupos de apoyo resulta esencial.

Finalmente, algunos terapeutas incorporan tareas de exposición gradual: publicar una foto sin filtro, asistir a eventos sin maquillaje o mirarse al espejo durante períodos controlados, siempre con acompañamiento clínico, para desensibilizar la ansiedad que genera la imagen real.

Desde diversos enfoques se trabaja la identidad y la autoestima. Esta es una base fundamental para favorecer la autoaceptación y prevenir la dismorfia corporal.

El objetivo no es demonizar la tecnología, sino restablecer la proporción: que la pantalla deje de dictar la identidad y que el cuerpo vuelva a sentirse, antes que a medirse.

Fuentes:

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