¿Te has preguntado alguna vez por qué vuelves a caer de nuevo en tu propia trampa? ¿Por qué me fumo ese cigarro si quiero dejarlo? ¿Por qué discuto así con mi madre si luego me arrepiento? ¿Por qué me autolesiono si sé que no me hace bien?
Hay un sinfín de ejemplos. Para explicar por qué actuamos sabiendo que no son actos que nos convengan a largo plazo, voy a recurrir a una herramienta de lo más valiosa en el mundo de la Psicología: el análisis funcional. Consiste en conocer las variables que rodean a una conducta para así determinar por qué se está manteniendo en el tiempo.
El proceso en este tipo de dinámicas es el siguiente: todo comienza con un malestar en forma de pensamientos al que se le suman emociones y sensaciones. Por ejemplo, para la conducta de discutir con mi madre, sería: “Todo el día repitiéndome que recoja mi cuarto. ¿No se da cuenta de que ya soy mayorcito?, lo cual puede ir asociado a emociones de rabia, impotencia; así como sensaciones físicas de dolor de cabeza, tensión muscular, entre otras. A este conjunto de pensamientos, emociones y sensaciones, les llamaremos antecedentes del individuo. Son antecedentes de la conducta porque su presencia hace más probable que nos comportemos de una determinada manera: en este caso sería discutir.
En esta línea, también existen antecedentes situacionales. Por ejemplo, quizás fumes más cuando estés en presencia de amigos, discutas más con tu madre cuando llevéis muchos días en casa juntos y te autolesiones más cuando estás sola en casa y no tengas a nadie con quien hablar.
Una vez conocemos los antecedentes que probabilizan la aparición de una conducta, llega el turno de los consecuentes. Estos son el conjunto de emociones, pensamientos, sensaciones y variables del ambiente que van después de la conducta y que hacen que aumente o disminuya la probabilidad de ocurrencia de la misma.
Si, por ejemplo, cada vez que te fumas ese cigarro disminuye tu ansiedad social y te permite salir a hablar con la chica o el chico que te llama la atención, estas variables serían consecuentes reforzadores de esa conducta. Gracias a esos premios, es más probable que aumente tu conducta de fumar; al menos en presencia de amigos.
Lo que está claro es que, para las conductas anteriormente comentadas (fumar, discutir con nuestra madre y autolesionarnos), hay un denominador común: el alivio inmediato. Gracias a este consecuente, en el instante en que actuamos nos quedamos satisfechos. De ahí que se mantenga en el tiempo. Sin embargo, al rato vienen los remordimientos: “¿Por qué le he dicho esa barbaridad?”, “Ya me he fumado 10 cigarros…”, “Tengo que dejar de hacerme cortes”…
En definitiva, ante la pregunta de: ¿por qué sigo haciéndolo si se que no me conviene?, una buena estrategia para dar con la respuesta es observar el conjunto de variables internas (pensamientos, sensaciones y emociones) y externas (elementos del ambiente: lugares, personas…) que rodean a esa conducta. Quizás así encontréis la clave de su mantenimiento y podáis empezar a introducir cambios que hagan menos probable su ocurrencia.
Por ejemplo, si sabes que en presencia de amigos fumas más, puedes intentar llevarte solo tres cigarros y pactar con ellos que no te den, aunque les pidas. Gracias a que conoces los antecedentes de esa conducta, actúas en consecuencia.
En este artículo hemos usado unos de los tantos ejemplos sobre los que se puede aplicar el análisis funcional de la conducta. El comportamiento humano siempre se puede entender en estos términos. Si crees que necesitas ayuda con algunas conductas que te gustaría reducir o aumentar, nuestro equipo de terapeutas es una gran opción. ¡Te esperamos!
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